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prof. Raúl Lavalle
MÁS GRIEGOS QUE LOS GRIEGOS
(A PARTIR DE UNA COMPARACIÓN ENTRE HOMERO Y VIRGILIO)
Nuestra palabra padre es correspondiente con madre del mismo modo que lo son papá y mamá. El latín pater no indica primariamente la paternidad física, que expresan parens y genitor, sino la social. Es el jefe de la casa, el dominus, el pater familias; es un representante de la sucesión de generaciones. Por eso en Roma los senadores eran llamados patres.[i] Por otra parte existen los llamados Padres de la Iglesia. En efecto padre “se aplicaba al maestro, porque, en el uso de la Biblia y del cristianismo primitivo, los maestros son considerados como los padres de sus alumnos. Así, por ejemplo, San Pablo, en su Primera carta a los corintios (4, 15), dice: ‘Porque, aunque tengáis diez mil preceptores en Cristo, sin embargo no tenéis muchos padres, puesto que quien os engendró en Jesucristo, por el Evangelio, fui yo.'”[ii] Pues bien, me propongo mostrar aquí por qué me considero yo mismo un griego, basado en argumentos de filiación.
En el libro XIX de la Odisea está el momento en que se produce un reconocimiento de Odiseo por Euriclea, quien había sido su nodriza. Ella ignoraba quién era en verdad el forastero que tenía delante y cuyos pies Penélope le había ordenado lavar; no obstante su percepción seguía siendo muy aguda, pues dice al héroe: “Muchos huéspedes infortunados vinieron a esta casa, pero en ninguno he advertido una semejanza tan grande con Odiseo en el cuerpo, en la voz y en los pies, como en ti la echo de ver.”[iii]
La anciana “comenzó a lavarlo y pronto reconoció la cicatriz de la herida que le había hecho un jabalí con su blanco diente, con ocasión de haber ido aquél al Parnaso.”[iv] Luego añadió: Tú eres ciertamente Odiseo hijo querido; y yo no te conocí hasta que pude tocar a todo mi señor con estas manos.”[v] El reconocimiento, la célebre anagnórisis que estudiaba Aristóteles,[vi] era importante, tanto en la epopeya como en la tragedia. Pero Odiseo no desea todavía que su identidad se manifieste a todos; por eso le dice: “¡Ama! ¿Por qué quieres perderme? Sí, tú me criaste a tus pechos, y ahora, después de pasar muchas fatigas, he llegado en el vigésimo año a la patria tierra. Mas, ya que lo entendiste y un dios lo sugirió a tu mente, calla y nadie lo sepa en el palacio.”[vii]
Al citar algunas partes de todo el episodio, omití otras no carentes de importancia. Por ejemplo que la nodriza se acordaba perfectamente de las circunstancias de la herida: un jabalí lo había herido en la rodilla, desgarrándole “con su diente mucha carne sin llegar al hueso.”[viii] También está la emoción de la anciana al reconocer al hijo de su pecho, pues: “Al tocar la vieja con la palma de la mano esta cicatriz, reconocióla y soltó el pie de Odiseo: dio la pierna contra el caldero, resonó el bronce, inclinóse la vasija hacia atrás, y el agua se derramó en tierra. El gozo y el dolor invadieron simultáneamente el corazón de Euriclea, se le arrasaron los ojos de lágrimas y la voz sonora se le cortó.”[ix]
Xa/rma y a)/lgoj, alegría y dolor a la vez se apoderaron del corazón (ese es el verbo que usa Homero, ‘tomar’, ‘apoderarse’), fluyeron sus lágrimas y su voz, a pesar de que era fuerte, quedó como retenida (e)/sxeto). Esta es la grandiosidad, lo sublime de Homero, quien no solo nos conmueve con sus héroes en combate; más todavía nos azuza (me atrevo modestamente a decir) con escenas como estas, que tocan el corazón. La vieja le había dicho antes a su señor, sin saber que era él: “Y así te lavaré los pies por consideración a la propia Penelopea y a ti mismo; pues siento que en el interior me conmueven el ánimo tus desventuras.”[x]
Euriclea cumplirá su deber. Primero, por respeto, pues la autoridad -y con ella la comunidad toda- lo necesita; también, porque ella tiene lo que el latín llamaba humanitas: al ver a ese mendigo, piensa que su señor Odiseo puede estar sufriendo algo semejante, y se compadece de ambos, que en realidad son uno solo. ¡Qué lecciones para cualquiera en cualquier lugar y en cualquier época: el deber y la humanidad! Es la compasión ante quien sufre y nunca podrá ver el no/stimon h)=mar, el ‘día del regreso’ (v. 369). Las otras servidoras no son como ella, son’perras’ (v. 372) que no se cuidan de quien está en desgracia. Pero esta vieja ama muestra sus sentimientos con da/krua Jerma/ (v.362), ‘lágrimas candentes’ (una personificación tan notable que las hace arder), y cubriéndose el rostro con sus manos, según escribe nuestro divino poeta, educador de Grecia y de la humanidad.
Pero hagamos ahora una diferencia. Varios textos antiguos sí exhiben cierta animosidad contra las madrastras, no contra las nodrizas. Por ejemplo en Esopo, en “El hortelano que regaba legumbres”,[xi] un hombre preguntaba una vez por qué las legumbres silvestres son más lozanas y fuertes que las cultivadas. El hortelano respondió que de las primeras la tierra es madre; de las segundas es cambio es ‘madrastra.’ La conclusión de la fábula: ‘Así, quienes son nutridos por una madrastra no son criados del mismo modo que aquellos que tienen a sus madres.’ En una tragedia de Eurípides, una reina está a punto de morir y le pide al rey, su marido, que no dé a sus hijos el triste don de una madrastra, pues esta ‘no es más bondadosa que una víbora.'[xii]
Pero -dijimos hace un momento- la literatura antigua no manifiesta, hasta donde llega mi humilde conocimiento, aprehensión por las nodrizas. El personaje Oenone, nourrice de Phèdre en la tragedia homónima de Racine, reconoce sin duda como antecedentes las del Hipólito de Eurípides y la Fedra de Séneca. Estas tres versiones de la criada confidente nos llevarán más fácilmente a un pasaje literario que me ha movido a hacer las presentes reflexiones.
Macrobio (Ambrosius Macrobius Theodorus), autor latino, vivió a finales del siglo IV y comienzos del V. Desempeñó varios cargos políticos, pero debe su fama sobre todo a un escrito, las Saturnales. En esta obra se reúnen varios intelectuales de entonces, en ocasión de las fiestas romanas más importantes, las célebres Saturnalia, que se celebraban a partir del 17 de diciembre. En una parte de esa larguísima tertulia (tres días, cada día en una casa distinta) se hace una comparación entre Homero y Virgilio. Y dentro del mismo se habla de la importancia de las nodrizas.[xiii]
“En la formación de las costumbres una gran parte tiene el carácter de la nodriza y la naturaleza de su leche. Ella, dada al tierno infante y mezclada con la simiente todavía nueva de los padres, configura a partir de esta doble reunión una sola índole. De allí que la providencia de la naturaleza, disponiendo la similitud entre hijos y padres a través de esta misma nutrición, ha hecho que, al mismo tiempo que el propio parto, surgiera la abundancia del alimento.”[xiv] En efecto -continúa Macrobio- la sangre creadora forma y alimenta, en los lugares más recónditos de nuestro cuerpo, a todo el neonato, pero después sube, al acercarse el parto, a las partes más elevadas y se transforma en leche, de modo que el mismo principio creador (la sangre), se hace en principio de nutrición.[xv] Si el semen tiene por naturaleza -continúa el autor- la capacidad de causar semejanzas corporales y anímicas, no en vano se cree que la leche puede producir los mismos efectos. Y esto no solo ocurre en los hombres; si se da leche de oveja a cabritos, y leche de cabra a corderitos, la lana de los primeros será más dura, y el pelo de los segundos será más suave. Igual entre las plantas, pues la debilidad y la fortaleza de ellas no solo se deben a la semilla, sino también a las aguas y a la tierra que las nutren. Por eso a menudo vemos que los árboles, una vez transplantados de su lugar habitual, comienzan a desfallecer. [xvi]
No soy científico ni sé qué diría un científico actual ante las sorprendentes ideas del fragmento que acabamos de citar. No obstante, me gusta la idea de que la sangre es opifex, ‘artífice’, que no solo alimenta (aluit), sino también modela (effinxit) el cuerpo; y que esto se da por una providentia de la naturaleza. Y más me gusta la identidad entre sanguis y lac, pues una albescit, ‘se blanquea’, transformándose en la otra. Así el fabricator se transforma en altor, ‘nutricio.’ También me agrada el final del pasaje, pues los hombres somos también como las plantas y no nos es muy fácil salir de nuestra tierra nativa.
La conclusión principal que obtengo de las lecturas anteriores es que puedo hacer una aplicación literaria a mi propia persona. En efecto, aunque es probable que mi abuelo paterno haya tenido algo de griego (era de Nicotera, en Calabria), es mucho más lo que tengo por educación que lo que tengo por sangre. La Hélade no fue mi madre natural, pero sin duda fue mi nodriza. Y estoy tan lleno de Grecia (a pesar de que mis interpretaciones sobre su civilización puedan ser muy falibles) que soy más griego que los griegos. Y esto no solo me ocurre a mí, sino también a muchas personas en todo el mundo. Grecia es para nosotros un modelo, una forma de entender la vida y el arte. Para seguir la imagen de las Saturnales, se hizo leche y carne en nosotros. Vivimos felices en nuestras patrias respectivas, pero nunca perdemos la nostalgia de la madre patria del arte y la belleza. A veces será una Grecia de primera mano; otras, será la Grecia de Francia. No importa: es la eterna Hélade, la que florece de modo milagroso cada día en este mundo, agobiado por diferentes urgencias. Además, todos llevamos a Grecia dentro de nosotros, aunque estemos materialmente lejos. Y esto no es solo opinión mía, pues Apolonio de Tíana, el filósofo pitagórico que vivió en el siglo I d. C., decía que para el sabio todos los lugares son Grecia (sof%= a)ndri\ (Ella\j pa/nta).[xvii]
Porque Grecia y Roma antiguas ya no existen como lo que fueron (quizás esto sea todavía mejor), pero su anastasis es cosa de todos los días, su memoria es siempre eterna. Además yo hablo español; quiere decir que hablo latín; y quiere decir, en última instancia, que también hablo griego, porque nuestra lengua todo el mundo sabe que tiene un caudal de palabras griegas inmenso, que se acrecienta a cada momento. Y también los romanos fueron, en el sentido de esta reflexión que he querido modestamente compartir, más griegos que los griegos.
Raúl Lavalle
[i] Cf. A. Ernout – A. Meillet. Dictionnaire étymologique de la langue latine. Paris, Klincksieck, 1979, s. v. PATER. [ii] Johannes Quasten. Patrología, tomo I, 2ª ed. Madrid, BAC, 1968, p. 11. [iii] Odisea 19, 379-381. Cito por: Homero. Odisea (trad. Luis Segalá y Estalella; considere el lector que la ortografía en algún punto no coincide con la del español actual). Buenos Aires, Espasa – Calpe, var. ed. [iv] 19, 392-394. [v] 19, 474-475. [vi] Poética 1554 b-1555 a). [vii] 19, 482-486. [viii] 19, 450-451. [ix] 19, 467-472. [x] 19, 376-378. [xi] Esopo, 154. [xii] Eurípides, Alcestis 310. En la poesía popular española: “De padres a padrastros / hay cuatro leguas; / de madres a madrastras / hay cuatrocientas” (cf.: Francisco Rodríguez Marín. Cantos populares españoles. Buenos Aires, Bajel, 1948, nº 6722; en nota cita el dicho: “Madrastra / con el nombre basta”). [xiii] Saturnales 5, 11, 15 ss. [xiv] Saturnales 5, 11, 15-16. [xv] Cf. Saturnales 5, 11, 16. [xvi] Cf. Saturnales, 5, 11, 16-19. [xvii] Flavio Filóstrato, Vida de Apolonio de Tíana 1, 34.www.nostosonline.gr