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Rafael Miranda
A través del boletín numero 62 de la Fundación Andreu Nin he leído con gran interés el articulo sobre el exilio europeo antiautoritario en México de Claudio Albertani (1) . He visto con alegría que mucho de lo que ahí se narra, de manera documentada se refiere in memoriam a la figura entrañable de Vlady Serge a quien tuve la oportunidad de conocer en los años 70s, en México.
Recientemente he reflexionado asimismo sobre el paso de los luchadores sociales de origen europeo, por América Latina (2) por lo que el articulo en cuestión, además de lo que me ha evocado afectiva y políticamente hablando, me ha dado mucho material interesante y por mi poco conocido, para documentar mi trabajo. Me ha llamado positivamente la atención que en un articulo que versa en torno a la cultura libertaria, Albertani refiere el antiestalinismo de Octavio Paz en las referencias que este hiciera a Victor Serge. También me ha dado gusto encontrar ahí la referencia a figuras menos visibles, pero no menos importantes del movimiento libertario como el también entrañable librero y bibliógrafo Ricardo Mestre a quien tuve tambien la oportunidad de encontrar en los locales de su librería en el centro del DF. En ese mismo tenor del trabajo capilar y cotidiano por los valores libertarios, hay dos figuras al menos que el articulo en cuestión me ha hecho recordar, se trata de José Tapia y Patricio Redondo, ambos pedagogos inspirados en las ideas libertarias, fundadores de dos de las escuelas llamadas escuelas del exilio y también cercanos a la pedagogía moderna de Celestin Freinet.
Y es que la lista en este sentido se antoja larga, en efecto tanto Dolores Pla Bruget en la cita que el propio Albertani refiere como los distintos sectores de pertenencia política de los exiliados españoles en México (3) y el mundo, reunidos en asociaciones -en España sobre todo-, han documentado ese éxodo que fue prolífico en su dramatismo. Hay un aspecto que no es ya el propósito del artículo en cuestión pero que me parece importante señalar, para aquellos lectores que como es mi caso, se asoman al estudio del movimiento libertario en México, en particular y más en general a las aristas de dicha cultura política. Me refiero a las circunstancias de la llegada de esas ideas al país y a sus primeros destinos. La influencia de los exilados españoles en la inmediata posguerra, así como de los rusos y los que venían de otras latitudes del continente europeo, de orientación libertaria es en efecto bastante anónima y muy importante. Este mismo rasgo es patente respecto al periodo de génesis de dichas ideas en el territorio y a las circunstancias en las que ese opero, paralelo a la historia oficial. Conozco algunos esfuerzos para solventar ese vacío en particular en lo que se refriere a la formación de las grandes centrales obreras ya a principios del siglo XX (4). Es claro que un esfuerzo historiográfico ha tenido lugar, no obstante queda mucho por hacer.
Mi comentario en este caso va en el sentido de contextualizar algunas de las características propias de dicho primer acercamiento de las ideas libertarias a México. Me parece que es importante visto que, mientras la generación de la posguerra se definía fuertemente respecto al estalinismo, para aquella pionera los derroteros eran otros. En una estancia que hice en los fondos de archivo del Instituto de Historia Social de Ámsterdam, tuve la ocasión de consultar las notas (5) de viaje que Diego Abad de Santillan (1897-1983) tomo durante los largos años de repetidas estancias en América Latina. Gracias a estos materiales pude documentar -esos apuntes obran todavía en mis cuadernos-, lo que fuera el primer registro conocido (6) de la puesta en practica de las ideas libertarias en México. En efecto como también corrobora Jhon Hart en el trabajo citado y como es finalmente del conocimiento publico, las ideas libertarias llegaron a México en torno al 1860, gracias a un europeo de cultura griega, llamado Plotino Rhodakanaty.
Inspirado de las ideas anarquistas en el contexto mexicano de aquella época, las posturas de Rhodakanaty evocaban, además de los socialistas utópicos, el humanismo y el pacifismo. Pero, como menciono arriba, lo interesante es que esas posturas, no obstante la contemporaneidad con el marxismo, no comportaban ningún rasgo fuerte que sugiriera esa tradición, ni mucho menos -por razones obvias-, lo que después se convirtiera en la puesta a prueba mayor de esa cultura, es decir, el fenómeno burocrático. Eso si, ambas compartían, aunque desde perspectivas distintas, la idea de progreso gracias al desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas y a las bondades de la ciencia, presentes en la ilustración, el positivismo y el socialismo científicos. El liberalismo – entendido en sentido clásico-, en la medida en que se definía en oposición a la sociedad religiosa, digamos, había sido también -no cabe duda-, fuente de inspiración para los continuadores del movimiento iniciado por Rhodakanaty. Recordemos que la organización que posteriormente fundaran los hermanos Flores Magon, de orientación anarco-sindicalista, se llamaba el Partido Liberal Mexicano. Plotino Rhodakanaty compartió con el propio Benito Juárez (7) -indígena zapoteca recogido por los franciscanos que llegó a ser presidente de México en la época (1861-1863 y 1867-1872) y que separo a la iglesia del Estado-, el ideario laico.
Rhodakanaty, al igual que otros griegos viajeros en México -en particular asentados en el Estado de Tabasco-, llagó al país teniendo en mente las colonias agrarias de inspiración fourierista a raíz de haber tenido conocimiento de la política de dotación de tierras a quienes quisieran colonizar las regiones apartadas del territorio. Todavía hoy y como resultado de la practica de esa política por los gobiernos posrevolucionarios, en muchas regiones del sureste mexicano no es raro encontrar a los descendientes de esos otros europeos, que pasaron por el continente y que eran campesinos pobres, en particular del norte de Europa. Rhodakanaty que pensaba que las comunidades campesinas mexicanas en su interior, vivían naturalmente según el ideal fourierista y que se encontraban bajo la opresión del gobierno, estuvo en el origen de la escuela La Social en Chalco, Estado de México y en el del Club Socialista de la misma localidad. De esta experiencia destacaría Julio López Chávez, joven aprendiz que abrazó el ideal libertario. Rhodakanaty se distanciaría posteriormente de su discípulo y de La Social, para finalmente regresar a Europa. En origen de ese distanciamiento estaría un desacuerdo frente a López Chávez respecto a la coherencia de la acción armada con el ideal libertario
López Chávez era indígena originario de los pueblos náhuatl del altiplano y antes de ser fusilado por órdenes del propio Juárez, lidero, a finales del siglo XIX un levantamiento campesino a favor del reparto agrario (diciembre 1867-1868). Lo hizo en la zona aledaña, contigua y en algunos casos, coincidente, con aquella, en el estado de Morelos, en donde unas décadas después nacería el Ejercito Revolucionario del Sur, liderado por el campesino mestizo y pequeño propietario, Emiliano Zapata (8).
La historiografía del movimiento anarquista es cierto que es apasionante y lo es en particular en las condiciones casi legendarias en que tuvo lugar en México. De esa relevancia destaca un aspecto no desdeñable, ya justamente referido en el artículo publicado por la FAN, respecto a la generación sucesiva del movimiento y de su proyección. Se trata de la incapacidad –perversa diría yo -, de los sectores locales de izquierda tradicional u oficial, como queramos decirle, de mirar de modo crítico sus propias instituciones. Me refiero claramente al significado profundo del fenómeno burocrático y de su organicidad respecto al totalitarismo. Para la generación de la posguerra esa prueba estaba representada por el surgimiento de la burocracia como clase dominante, con las consecuencias que conocemos. Para la generación que me ocupa en estas líneas, esa prueba quizás estuvo representada por una valoración excesiva -misma que denota la asimilación de las relaciones de producción a las relaciones de propiedad-, respecto al alcance de la -justa no cabe duda-, reivindicación del reparto agrario por parte de los campesinos pobres de México.
Las generaciones posteriores y las contemporáneas han debido hacer las cuentas -quizás están en ello todavía-, con las interrogantes que en ese sentido se han generado a partir de los destinos del fanonismo y el guevarismo, que hoy conocemos. En otro escrito me he ocupado del efecto para el proyecto de autonomía (Miranda, 2007 op.cit.), de la ausencia de explicitación de dichas implicaciones. Quiero solo mencionar aquí para cerrar este comentario, que la relación distinta con la institución, que supone dicha explicitación -faltante en el caso referido aquí arriba-, es correlato de la significación imaginaria social del valor de la autonomía. Valor de la autonomia que si bien ha convivido -por momentos de manera casi exigua-, con el desarrollo del occidente capitalista, es el resultado de luchas ancestrales que se han presentado en el seno de esa tradición.
Esa tradición reflexiva, promesa de la subjetividad reflexiva y deliberante, en palabras de Castoriadis, es la que hace posible tomar distancia de lo propio y es, desde la génesis del proyecto de autonomía mencionado, una asignatura pendiente. Los anarquistas de la generación de la posguerra, los de la generación que precedió a esta y otros sectores del socialismo libertario -muchos de ellos por momentos condenados a la conflagración del silencio, orquestada incluso por la propia izquierda oficial-, han sabido mantener viva esa apertura, que es condición previa a cualquier actividad política verdadera (9). Es esa tradición que significa a la ruptura, la misma que reivindica, hoy como ayer por tanto, frente a toda heteronomía -ni de dios, ni de señor-, el saberse, en tanto que mortal, la fuente exclusiva de la propia ley.
Notas
(*) Policía secreta creada bajo las órdenes de Lenin, encargada de combatir la contrarrevolución (1917-1922). Posteriormente rebautizada como “administración política de Estado” o GPU (Gossoudarstvennoïe Polititecheskoie Oupravlenie).
(1) “Socialismo y Libertad. El exilio anti-autoritario de Europa en México y la lucha contra el estalinismo (1940-1950)”.
(2) (en prensa) Revancha y Política, al sur del Río Bravo.
(3) Algunas fuentes interesantes obran en el listado: La mirada antropológico del exilio español en México. Bibliografía del y en el CIESAS, http://www.ciesas.edu.mx/PDFS/LibrosExilio_espa%C3%B1ol.pdf
(4) Ver Jhon Hart HART, John M.. El anarquismo y la clase obrera mexicana 1860-1931. México: Siglo XXI editores, 1984. Ver tambien Albert Drandov: “La Confédération générale des travailleurs mexicaine et la communauté anarchiste hispanique. 1921-1925” Paris 1 (Panthéon-Sorbonne). (Disponible en la biblioteca de dicha Universidad) 1985.
(5) http://www.iisg.nl/archives/en/files/a/10716498.php
(6) Un intento anterior por parte del anarquista ingles Robert Owen no había dado ningún resultado.
(7) En el mismo fondo de archivo obra una interesante correspondencia entre Juárez y Víctor Hugo.
(8) Ver: Zapata y la Revolución Mexicana. Por Jhon Womak Jr. S. XXI. México 1974
(9) Cornelius Castoriadis. Democracia y Relativismo. Debate con el MAUSS. Editorial Trotta. Madrid, 2007.
www.fundanin.org